
Pereza, estrés, prioridades equivocadas, falta de intimidad, desánimo, distracciones... Todos son enemigos comunes que me han robado tiempo valioso con Dios en más de una ocasión. Sin embargo, también he caído presa de unos enemigos más sutiles que se han infiltrado en mi devocional.
Estos enemigos se tratan de los extremos en el devocional. A continuación planteo algunos:
¿Estudio o adoración?
«El tiempo devocional es para dedicárselo a Dios, no para hacer algo cerebral como estudiar», me dijo una amiga con convicción. Aunque me eché las manos a la cabeza, en seguida recordé que a veces he estado tan involucrada en estudiar un texto, que he fallado en conversar con Dios y escucharle.
Pero aunque la intimidad con Dios, y no el conocimiento en sí, es la meta del devocional, ¿cómo podremos intimar con Él a menos que le conozcamos a través de su Palabra? En realidad, el estudio y la adoración no están reñidas; van de la mano.
Encuentro irónico que dediquemos años a nuestras carreras y que no tengamos ni media hora para estudiar la Biblia seriamente. No pensamos en el efecto a largo plazo: que nuestra falta de nutrición bíblica produce un cristianismo raquítico.
Por un lado, existe el peligro de que nos desequilibremos en una elevación emocional, sin profundizar con Dios, y, por otro lado, existe ese peligro de que el devocional se limite a una sesión académica. Mientras que una adoración insubstancial es la tapadera perfecta de la pereza mental, el énfasis desmedido en el estudio nos hace estériles.
¿Rigidez o anarquía?
Estas dos palabras definen los extremos de la estructura del devocional: cómo distribuimos nuestro tiempo y qué metas nos proponemos.
En el bando rígido, tenemos a las personas organizadas que siempre tienen un plan. En el bando anárquico están los bohemios e impredecibles.
La mujer estructurada, con metas altas y un acercamiento muy disciplinado al devocional, tiene que cuidarse de no caer en la rutina y perder frescura en su relación con Dios. También tiene que aprender flexibilidad para adaptarse a situaciones que no puede controlar, como en las vacaciones o cuando tenga un bebé que requiera atención.
La mujer bohemia, sin embargo, tiene que esforzarse para no hacer el devocional sin ton ni son, porque de ser así, puede acabar desequilibrada doctrinalmente. Esta mujer, que se encuentra asfixiada con la rutina, podría esbozar un plan en el que varíe su devocional, pero a la misma vez cumpla metas. Necesita una dieta equilibrada que incluya siempre la oración y la Palabra, pero no siempre se tiene que servir el plato de la misma manera.
¿Hora devocional o meditación 24/7?
Otro enemigo sutil del devocional es nuestro concepto de su duración. Se puede pecar por circunscribirlo a una hora de la mañana y a no volver a pensar en ello. ¡Qué triste! Santiago dice que «cuando alguno es oidor de la palabra y no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que mira su cara natural en un espejo. Se mira a sí mismo y se marcha, y en seguida olvida cómo era» (Stg. 1:23-24). Esta actitud es contraria a lo que nos pide Dios, que meditemos siempre en su Palabra, no sólo a una hora determinada del día.
En el otro polo están las personas que arguyen que el «devocional» no aparece en la Biblia, que es un legalismo, que lo único que nos pide Dios es vivir en comunión con Él. Pero estas personas se pierden la bendición de cavar más hondo en su relación con Dios, buscando sus tesoros.
Entonces, ¿hora devocional o meditación las 24 horas del día, siete días a la semana? ¡Las dos!
¿Dependencia o independencia?
Recientemente he leído un artículo que proponía invertir en manuales de estudio para mejorar el devocional. He usado unas guías útiles, tanto temáticas como por libro, que me han abierto nuevas perspectivas. En otros momentos, sólo he usado una Biblia, un cuaderno y un bolígrafo, y el Espíritu Santo me ha hecho comprender y aplicar las Escrituras a mi vida. El peligro se sitúa, una vez más, en los extremos.
La inseguridad por nuestro nivel de estudios, el miedo a interpretar mal un pasaje o el tiempo que «perdemos» descifrando un texto a veces nos lleva a depender excesivamente de libros devocionales o literatura cristiana. El resultado es perdernos el aprender directamente de nuestro Padre.
«Me encantan los libros cristianos y los leo con frecuencia. Pero cuando dependo más de ellos que de la Biblia, no estoy alimentándome lo suficiente de la verdadera comida... Si la literatura cristiana sustituye la Palabra, nos hace espiritualmente lo que la comida basura nos hace físicamente: nos quita el apetito sin proveer los nutrientes adecuados para el crecimiento», explica una escritora, Hannelore Bozeman.
En el otro extremo estaría la arrogancia de no usar nunca buenos libros de referencia que nos ayudan a entender el contexto, el significado de una palabra, o el estilo literario. Esto da pie a aberraciones en la interpretación o aplicación.
¿Aplicación escasa o aplicación excesiva?
La aplicación escasa sucede cuando generalizamos: por ejemplo, «Hoy voy a tener más fe», en vez de pensar en una situación específica en la que ejercer la fe. ¡Otro problema es tender a aplicar las lecciones a los demás! Una buena regla para la aplicación es asegurarnos de que sea PPPP: Práctica, Posible, Personal, y Ponderable (Medible).
Pero tampoco debemos pecar de aplicación excesiva, ya sea por su cantidad o por su calidad. Por ejemplo, un verano acumulé tantas aplicaciones que no había manera de cumplirlas; ¡ni me acordaba de ellas! Y en cuanto a calidad, he participado en grupos en las que las aplicaciones han sido de lo más rebuscadas y extrañas. En estos casos - sin quitar la importancia de las aplicaciones concretas y cotidianas - ayuda recordar que el aprender algo en sí, ya es una aplicación porque ha sucedido una transformación del pensamiento.
Si ya no perdemos nuestro tiempo devocional por los delincuentes comunes de la distracción o el desánimo, no sobraría que reflexionáramos sobre estos enemigos más sutiles, que pueden estar felizmente instalados en nuestro tiempo devocional sin que nos demos cuenta.
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